Cada mañana, antes de que amanezca, millones de trabajadores migrantes en todo el mundo ya están en movimiento. Algunos abordan autobuses desvencijados rumbo a campos de cultivo.

Otros caminan hacia obras de construcción. Muchos más, especialmente mujeres, atraviesan calles adormecidas para limpiar hogares ajenos o cuidar niños que no son suyos. Son los rostros de la migración laboral informal, un fenómeno global que, si bien no aparece en las estadísticas oficiales ni se menciona en los discursos políticos, sostiene silenciosamente las economías de las ciudades y el campo en todo el mundo.

“Mi sueño, en estos momentos es llegar, entrar legal y empezar a trabajar. Tener un diploma y tener un trabajo" Paola, 24 años, venezolana.

En este artículo exploramos la situación de los migrantes en el sector informal del trabajo, analizando los riesgos multifacéticos que enfrentan, las razones estructurales de su precariedad, y los desafíos que plantea su invisibilidad institucional y social.

La cara oculta del trabajo migrante

El trabajo informal representa una parte sustancial del empleo en muchos países a nivel global, especialmente en contextos urbanos de América Latina, África y Asia. En estas economías, los migrantes suelen ocupar los puestos que los nacionales no quieren o no pueden asumir, caracterizados por tareas físicamente demandantes, bajos salarios, incluyendo casos de robo de salario y discriminación salarial, falta de protección legal ni seguridad social, inseguridad laboral, ausencia de beneficios sociales y una marcada desigualdad de poder en la relación laboral.

Según la OIT, más del 60% del empleo global es informal, y entre la población migrante, esa cifra puede ser mucho mayor. Es importante reconocer que la "informalidad" abarca un espectro amplio, y los trabajadores migrantes se encuentran en diversas situaciones dentro de este espectro. En ciudades como Ciudad de México, Lima, Buenos Aires o Nueva Delhi, los trabajadores migrantes son esenciales para el funcionamiento cotidiano: limpian oficinas, cocinan en puestos ambulantes, construyen edificios, reparten comida, cuidan ancianos. Todo sin contrato, sin seguro, sin garantías.

Agricultura: los peones invisibles del alimento

Uno de los sectores más emblemáticos del trabajo informal migrante es la agricultura. En países como México, EE.UU., España o Italia, los campos son cultivados por manos migrantes que trabajan jornadas extenuantes bajo el sol, sin acceso a servicios de salud ni condiciones laborales dignas.

La figura del "jornalero migrante" es clave para entender la interdependencia global: mientras los supermercados del norte global se llenan de frutas y verduras frescas, miles de personas viven en campamentos improvisados, sin agua potable ni electricidad, cobrando salarios de hambre. Esta situación, a menudo tolerada por autoridades locales y empresas, revela una cadena de explotación que comienza en la invisibilidad y termina en el plato del consumidor.

Construcción: levantar ciudades sin derechos

En la industria de la construcción, los migrantes también son pieza fundamental. Desde grandes proyectos de infraestructura hasta remodelaciones domésticas, su mano de obra barata y disponible permite que las ciudades crezcan rápidamente. Sin embargo, este crecimiento se da a expensas de condiciones de seguridad pésimas, accidentes laborales frecuentes y nula garantía de protección social.

Muchos migrantes son reclutados informalmente por "enganchadores" o intermediarios que les pagan por día, sin ningún tipo de contrato o seguro. Cualquier enfermedad, lesión o despido deja al trabajador en una situación de total indefensión. Además, la amenaza constante de la detención migratoria hace que muchos acepten condiciones abusivas por miedo a perder el sustento o ser deportados.

Trabajo doméstico: el cuidado que no se cuida

Las trabajadoras migrantes domésticas enfrentan una doble precariedad: por su género y por su estatus migratorio. En muchas ciudades, mujeres centroamericanas, andinas, africanas o asiáticas son quienes cuidan a los hijos, ancianos y hogares de las clases medias y altas, mientras sus propios hijos crecen lejos de ellas.

Este sector es uno de los más feminizados, informales y explotados. Las trabajadoras suelen vivir en los hogares donde laboran, lo que borra la línea entre el ámbito privado y el laboral. Muchas son objeto de acoso, discriminación, exceso de trabajo y aislamiento social. Y si no tienen papeles, viven bajo la amenaza constante de ser denunciadas o expulsadas.

Los efectos de la informalidad: entre la sobrevivencia y la exclusión

El trabajo informal tiene profundas consecuencias estructurales en la vida de los migrantes. Esta condición laboral los excluye de los sistemas de pensiones, les niega el acceso a servicios de salud y licencias laborales, y los expone a abusos y accidentes sin la posibilidad de buscar justicia o reparación. Además, reduce significativamente sus oportunidades para regularizar su estatus migratorio.

Este conjunto de factores genera un círculo vicioso que atrapa a los migrantes en una situación precaria. La necesidad de sobrevivir los obliga a aceptar empleos en condiciones desfavorables, pero la precariedad inherente a estos trabajos les impide mejorar su situación socioeconómica y salir de la informalidad.

Razones estructurales de la informalidad migrante

La informalidad no es una elección libre, sino una consecuencia de estructuras sistémicas que empujan a los migrantes hacia la marginalidad laboral: Marcos legales restrictivos, como políticas de visas limitantes y la ausencia de vías para la regularización, que impiden o dificultan que los migrantes accedan al trabajo formal. Barreras idiomáticas y culturales. Discriminación institucional y social, incluyendo la xenofobia y el racismo, que obstaculizan el acceso a la justicia y a servicios básicos. Ausencia de políticas de integración laboral. Además, las prácticas de reclutamiento abusivas y el papel de intermediarios laborales sin escrúpulos a menudo exacerban la explotación.

En muchos casos, los Estados conocen la situación, pero prefieren mantener el "orden informal" que permite mano de obra barata, desechable y sin derechos. También es crucial considerar cómo las cadenas de suministro globales y la demanda de los consumidores contribuyen a la presión sobre los costos laborales y, por lo tanto, a la precarización del trabajo migrante.

La pandemia como espejo de la precariedad

La crisis de la COVID-19 expuso brutalmente esta realidad. Mientras gran parte de la población pudo quedarse en casa, los migrantes informales salieron a trabajar. Muchos se contagiaron, murieron o fueron despedidos sin compensación alguna. Los llamados "trabajadores esenciales" eran, en su mayoría, migrantes invisibles.

La pandemia reveló que nuestras sociedades no funcionan sin estos trabajadores. Pero también mostró que siguen siendo los últimos en la lista de prioridades.

Hacia una justicia laboral sin fronteras

Reconocer el aporte fundamental de los trabajadores migrantes informales implica mucho más que una simple gratitud simbólica: exige cambios estructurales profundos y sostenidos. Algunos pasos urgentes y necesarios son: Ampliar las rutas de regularización migratoria para proporcionar un estatus legal seguro. Garantizar el acceso pleno a la seguridad social sin ningún tipo de discriminación. Fiscalizar rigurosamente las condiciones laborales, sancionar a los empleadores abusivos y fortalecer los mecanismos de inspección laboral. Invertir significativamente en programas de integración laboral, formación profesional y desarrollo de habilidades. Empoderar a las organizaciones de trabajadores migrantes y apoyar la formación de sindicatos para que puedan defender sus derechos colectivamente. Escuchar activamente y dar protagonismo a las voces y experiencias de los propios trabajadores migrantes en el diseño de políticas. A largo plazo, es esencial abordar las causas profundas de la migración forzada y promover un desarrollo equitativo en los países de origen.

Ver lo invisible, reconocer lo esencial

Detrás de cada comida servida, cada calle limpia, cada edificio construido o cada niño cuidado, hay una historia migrante. Una historia que suele estar marcada por la lucha, el sacrificio, la soledad, pero también por una profunda resistencia y una inquebrantable esperanza. En el Día del Trabajo, no basta con celebrar la labor como un derecho universal abstracto. Es imperativo visibilizar de manera activa y prioritaria a quienes sostienen ese derecho desde la invisibilidad y la precariedad. Es fundamental exigir que los derechos laborales se extiendan más allá de las fronteras nacionales, de la misma manera que lo hacen los sueños y los propios cuerpos de quienes migran en busca de una vida mejor. Porque la dignidad en el trabajo es inseparable de la justicia migratoria. Y ninguna ciudad, ni sociedad, puede prosperar verdaderamente sin reconocer y valorar las contribuciones esenciales de aquellos que la construyen, la limpian y la cuidan, a menudo desde las sombras.

Desde Fundación Scalabrini ofrecemos a las personas migrantes acompañamiento legal y promovemos activamente su acceso a nuevas oportunidades laborales. A través del Centro Scalabrini de Formación para Migrantes (CESFOM), ubicado en la ciudad de Tijuana, impartimos talleres prácticos en áreas como idiomas, electricidad, aplicación de uñas acrílicas, entre otros.

Además, fortalecemos nuestra labor mediante alianzas estratégicas con organizaciones como Intrare, una plataforma digital que impulsa el acceso a empleos dignos para quienes han sido sistemáticamente excluidos del mercado laboral.