En el corazón del fenómeno migratorio en México, hay un rostro que muchas veces se olvida: el de la infancia. Niñas y niños migrantes, en su gran mayoría procedentes de Latinoamérica, atraviesan el país en condiciones de extrema vulnerabilidad.

Algunos lo hacen acompañados por sus familias, otros están solos, arrastrados por la violencia, la pobreza o los sueños inconclusos de sus padres.

Desde una perspectiva de derechos humanos, es urgente garantizar que toda acción institucional o comunitaria ante la migración infantil se base en este principio: el bienestar superior del niño no debe estar condicionado por su estatus migratorio. No se trata solo de una obligación legal, sino de una elección ética, espiritual y profundamente civilizatoria.

Casas que acogen, casas que protegen

En México, organizaciones de la sociedad civil como la Fundación Scalabrini han trabajado en la defensa activa de la infancia en contexto de movilidad. A través de sus Casas del Migrante en Ciudad de México, Tijuana y Ecatepec, los Scalabrinianos ofrecen un espacio de acogida temporal para familias migrantes, con especial atención a las niñas y niños que llegan tras largos y peligrosos recorridos.

Estas casas brindan apoyo primario: alojamiento digno, alimentación nutritiva, acceso a servicios médicos básicos y espacios seguros para el descanso, el juego y la contención emocional. El enfoque es claro: que los menores migrantes recuperen su derecho a ser niños, a reír, aprender y sentirse protegidos.

De la asistencia a la integración

Gracias al trabajo constante de articulación con autoridades educativas y de bienestar social, se ha logrado que muchos niños migrantes puedan acceder al sistema educativo local mientras están en México. En colaboración con gobiernos estatales y municipales, se han gestionado procesos de inscripción escolar sin exigir documentos imposibles de presentar para una familia migrante en tránsito.

Este paso, aparentemente sencillo, transforma realidades. Para un niño que ha vivido el desarraigo, la violencia o la precariedad, entrar a una escuela es mucho más que recibir clases: es recuperar una rutina, hacer amigos, volver a jugar, y sobre todo, imaginar un futuro posible.

Un llamado a la coherencia institucional

En contraste, persisten prácticas institucionales que obstaculizan este enfoque. Aún existen estaciones migratorias donde se retiene a menores con sus familias en condiciones inadecuadas. Aún hay niños que pasan días sin alimentación adecuada o atención médica porque no tienen "estatus". Aún hay comunidades escolares que rechazan a niños migrantes por prejuicios o desinformación.

Por ello, debemos insistir: no hay justificación posible para negar a una niña o niño migrante el acceso a salud, alimento o educación.

Una reflexión desde la espiritualidad scalabriniana

San Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza y patrono de los migrantes, enseñó que migrar es un derecho que nace de la necesidad, y que los migrantes, especialmente los más vulnerables, deben ser acogidos con caridad concreta y justicia activa. Para Scalabrini, los migrantes eran "Cristo que camina", y en los niños migrantes podemos ver a Jesús mismo, que fue también un niño migrante y refugiado en Egipto.

Desde esta mirada cristiana y humanista, atender a la infancia migrante no es solo una tarea social o legal, sino un acto de fe viva, un signo de esperanza, una respuesta al mandamiento evangélico de amar al prójimo, especialmente al más frágil. Abrir una casa, una escuela, una clínica o un corazón para un niño migrante es abrir la puerta a Dios mismo.

Políticas con corazón y con rostro

La migración infantil en México plantea grandes desafíos, pero también abre oportunidades para construir una sociedad más empática, inclusiva y justa. Iniciativas como las que impulsa la Fundación Scalabrini demuestran que es posible ofrecer acogida sin condiciones, cuidado sin discriminación y educación como herramienta de dignificación.

Porque cuando colocamos a los niños primero, sin importar de dónde vienen, estamos dando el paso más firme hacia una sociedad verdaderamente humana. Y como enseñaba San Juan Bautista Scalabrini:

"Allí donde está un migrante, allí está el corazón de la Iglesia".