Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013, el mundo conocía poco sobre el cardenal jesuita argentino. Sin embargo, con el paso del tiempo, Francisco se consolidó como una de las voces más claras, valientes y humanas en defensa de los derechos de los migrantes y refugiados.
En un contexto global marcado por muros, fronteras cerradas, discursos de odio y políticas restrictivas, su pontificado ha sido un faro de luz que ha denunciado las injusticias, visibilizado los sufrimientos y llamado a la solidaridad como principio rector de la humanidad.
Un Papa nacido del exilio
Nacido en Buenos Aires en 1936, hijo de emigrantes italianos, Francisco conoció desde su infancia el relato de quienes cruzan fronteras en busca de una vida mejor. Su historia personal no solo lo conectó con el fenómeno migratorio, sino que marcó su sensibilidad pastoral. “Jesús también fue un migrante”, ha repetido en numerosas ocasiones, vinculando su propia herencia familiar con el drama contemporáneo de millones que huyen del hambre, la violencia o la desesperanza.
Lampedusa: el gesto que abrió un pontificado
A pocos meses de haber sido elegido, Francisco visitó Lampedusa, la pequeña isla italiana donde miles de migrantes africanos han naufragado en su intento por alcanzar Europa. Ahí, el Papa arrojó una corona de flores al mar Mediterráneo y celebró una misa en memoria de los que perdieron la vida. Su homilía fue un grito profético: denunció la “cultura de la indiferencia” que convierte a los migrantes en cifras y olvida su humanidad.
Aquella visita no fue un episodio aislado, sino el inicio de un camino pastoral y político que ha mantenido coherencia y valentía durante todo su pontificado.
Lesbos: el encuentro con la desesperanza
En 2016, Francisco viajó a Lesbos, Grecia, otro epicentro de la crisis migratoria. Allí compartió el sufrimiento de los refugiados retenidos en el campo de Moria, denunció las políticas de devolución masiva y regresó a Roma con varias familias refugiadas a bordo de su avión. Fue un gesto simbólico, pero también profundamente humano: el Papa no sólo habla de acoger, ¡acoge!
Una Iglesia que camina con los migrantes
Francisco no se limitó a los gestos. Institucionalmente, creó la Sección de Migrantes y Refugiados dentro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, encargada de promover iniciativas y políticas globales para la protección, promoción, integración y participación de las personas migrantes.
Su enfoque ha sido claro: "acoger, proteger, promover e integrar". Cuatro verbos que resumen una teología del encuentro, basada en el Evangelio y comprometida con la dignidad humana. Francisco ha dicho que un pueblo que no puede integrar, mejor que no acoja, pues sin integración no hay verdadera acogida, solo asistencia pasajera.
El rostro humano de la migración
Francisco ha combatido la deshumanización del fenómeno migratorio. Rechaza que se hable de "oleadas" o "invasiones" y exige ver a los migrantes como personas con rostro, historia y nombre. En una de sus cartas a los obispos de EE.UU., advirtió: “No se puede equiparar la condición migratoria con la criminalidad”. Palabras fuertes en tiempos de muros y deportaciones masivas.
Misioneros de esperanza
En el marco de la 111ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, Francisco propuso el lema "Migrantes, misioneros de esperanza". Lejos de verlos como carga o problema, el Papa los define como portadores de fe, cultura y resistencia. Para él, los migrantes pueden renovar nuestras comunidades, desafiar nuestra indiferencia y humanizar nuestras ciudades.
Desafíos que el Papa ha visibilizado
Francisco ha sido incansable en denunciar los diversos sufrimientos que enfrentan los migrantes:
1. Las causas de la migración
Huye quien no tiene alternativa. El Papa ha denunciado la desigualdad, la violencia, la persecución, el deterioro ambiental y la pobreza como causas estructurales que obligan a millones a abandonar su hogar.
2. Los riesgos del camino
Sed, hambre, abuso, secuestro, trata, naufragios. Francisco ha calificado las rutas migratorias como "campos de muerte" y "cementerios invisibles", denunciando la pasividad de los países receptores.
3. Condiciones de acogida indignas
Ha visitado centros de acogida abarrotados, campos de refugiados sin condiciones básicas, y ha alzado su voz contra la burocracia que deshumaniza y la incertidumbre que desespera.
4. Discriminación y exclusión
Recibir sin integrar es una forma de violencia. Francisco ha pedido que se combata la xenofobia y el racismo, que muchas veces se esconden bajo discursos de seguridad nacional.
5. Políticas migratorias inhumanas
Deportaciones masivas, centros de detención, acuerdos de devolución sin garantías. El Papa ha criticado duramente estas prácticas, recordando que la dignidad humana no puede depender de un papel o de una frontera.
6. Miedo e indiferencia social
Quizá su denuncia más persistente ha sido contra la indiferencia. “Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro”, ha dicho, invitando a una conversión del corazón y de la mirada.
Una Iglesia en salida y con las puertas abiertas
El Papa ha pedido abrir conventos vacíos, parroquias, instituciones eclesiales para acoger migrantes. Ha llamado a obispos y sacerdotes a salir al encuentro, a no temer al otro. Porque en el rostro del migrante, ha dicho, está el rostro de Cristo mismo: "Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 25,40).
Francisco: pastor, profeta y hermano
Francisco no ha sido un líder desde el escritorio. Ha pisado los lugares del dolor, ha tocado las heridas de los migrantes, ha llorado con ellos. Su voz ha resonado en el Mediterráneo, en Centroamérica, en EE.UU., en Asia y África. Su teología no está hecha de conceptos abstractos, sino de gestos concretos, de compasión encarnada.
A lo largo de su pontificado, ha recordado que migrar no es un delito, que el mundo no se divide entre ciudadanos y descartables, que todos somos hermanos, y que las fronteras solo tendrían sentido si se convierten en puentes de encuentro y no en muros de exclusión.
Un legado vivo
Ahora que el Papa Francisco ha partido a la casa del Padre, su mensaje queda más vivo que nunca. Su defensa de los migrantes no fue un discurso político, sino un mandato evangélico. Su memoria nos impulsa a construir comunidades acogedoras, justas y solidarias. Su vida nos recuerda que nadie es extranjero a los ojos de Dios, y que todo ser humano tiene derecho a encontrar un lugar donde ser recibido, escuchado y amado.
Francisco, el Papa de los migrantes, no solo habló por ellos. Caminó con ellos. Y eso, en un mundo cada vez más cerrado, es un testimonio que ilumina y transforma.